(en griego, 'discurso', 'razón', 'proporción'), en la filosofía clásica y sobre todo en la filosofía y teología medievales, la razón divina que actúa como principio ordenador del universo.
El filósofo griego de siglo VI a.C. Heráclito fue el primero en utilizar el término logos en una dimensión metafísica. Afirmaba que el mundo está dirigido por un logos parecido al fuego, una fuerza divina que produce el orden y el modelo perceptible en el flujo de la naturaleza. Creía que esta fuerza es similar a la razón humana y que su propio pensamiento participaba del logos divino.
Con el estoicismo, desarrollado después del siglo IV a.C., el logos es concebido como un poder racional de origen divino que ordena y dirige el universo; se identifica con Dios, la naturaleza y el destino. El logos es omnipresente y se entiende como pensamiento divino y al menos, como una fuerza semifísica, que actúa a través del espacio y del tiempo. Dentro del orden cósmico determinado por el logos se encuentran centros individuales de potencialidad, vitalidad y crecimiento, consideradas 'semillas del logos' (logoi spermatikoi). A través de la facultad de la razón, todo ser humano (pero ningún otro animal) participa de la razón divina. La ética estoica recalca la regla 've donde la razón [logos] lleve'; por tanto, uno debe resistir la influencia de las pasiones terrenales, como el amor, el odio, el temor, el sufrimiento y el placer.
El filósofo judeo-heleno del siglo I d.C. Filón de Alejandría utilizó el término logos en su esfuerzo por sintetizar la tradición judía y el platonismo. Según Filón, el logos es un principio mediador entre Dios y el mundo y puede ser comprendido como el discurso de Dios o la sabiduría divina que es inmanente al mundo.
Al principio del Evangelio según san Juan, Jesucristo es identificado como el logos hecho hombre, al ser la palabra griega logos traducida como verbo: 'Al principio fue el Verbo, y el verbo estaba en Dios, y el verbo era Dios. . . Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. . .' (Jn. 14,1-3). La concepción de Cristo que tenía san Juan estaba quizá influida por pasajes del Antiguo Testamento, así como por la filosofía griega, pero los primeros teólogos cristianos desarrollaron el concepto de Cristo como el logos concebido en términos platónicos y neoplatónicos. El logos, así, fue identificado con la voluntad de Dios, o con las ideas (o formas platónicas) que se hallan en la mente de Dios. La encarnación de Cristo fue entendida, por consiguiente, como la encarnación de estos atributos divinos.
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